Cuando llega la temporada de tormentas tropicales y huracanes los medios nos traen imágenes cada vez más dramáticas de sus efectos en las ciudades costeras. En esta ocasión, la virulencia del Irma y su potencial devastador parece no tener precedentes, calculándose en torno a 300 mil millones de dólares y los impactos del Harvey, unos días antes, que han sido cuantificados entre 150 y 200 mil millones de dólares. Ciertamente la intensidad y frecuencia dependen en gran medida de la variabilidad natural: por ejemplo, el fenómeno El Niño influye mucho en las características de las tormentas tropicales. Sin embargo una vez más, el cambio climático causado por las emisiones de gases de efecto invernadero es un factor imprescindible para explicar la intensidad y la fuerza de estos huracanes.
No cabe duda que la invasión urbanística del espacio costero y llanuras de inundación ante unos huracanes cada vez más fuertes, hace también a las poblaciones más vulnerables a sus efectos, e influye de forma determinante en el aumento del número de víctimas. A ello se suma en muchos lugares la falta de prevención, ausencia de protocolos públicos de evacuación y de refugios en zonas o espacios en los que albergar las personas evacuadas.
Un vez más los datos del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) son concluyentes al respecto: “las estimaciones de la posible capacidad destructiva de los huracanes muestran una tendencia ascendente sustancial desde mediados del decenio de 1970, con una tendencia hacía una mayor duración e intensidad, y la actividad está fuertemente correlacionada con la temperatura de la superficie del mar en el trópico. Estas relaciones se han reforzado con descubrimientos de grandes incrementos en el número y proporción de huracanes fuertes desde 1970, aun cuando el número total de ciclones y días de ciclón ha disminuido ligeramente en la mayoría de las cuencas. Específicamente, la cantidad de huracanes de categoría 4 y 5 ha aumentado en ≈ 75% desde 1970.”
Hay un factor clave del que nadie duda: el aumento de la temperatura de los océanos, que han capturado el 90% del calor adicional producido por el Cambio Climático en los últimos 50 años. Si a ello sumamos el aumento de la temperatura global que permite a la atmósfera retener más humedad, 1ºC incrementa en un 7% la cantidad de agua en la atmósfera, las condiciones están servidas. Las altas temperaturas en la superficie del atlántico y la gran cantidad de vapor de agua en la atmósfera han sido el caldo de cultivo para los intensos huracanes de este último ciclo.
A lo anterior hay que agregar la acelerada subida del nivel del mar, los últimos años, desde los 1.2 mm año del periodo 1901 a 1990 a los 3,4 mm anuales de los últimos años. Este incremento del nivel del mar se suma al producido por el oleaje del huracán amplificando la zona inundada por el mar y sirviendo de dique a la escorrentía de las lluvias que lo acompañan.
http://climateadaptation.hawaii.gov/sea-level-rise/
A partir de ahí uno se pregunta cómo es posible que el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se pasee tranquilamente por las zonas afectadas en Texas o en Florida prometiendo una lluvia de dólares, cifras muy por debajo de las arriba mencionadas, sin que siquiera mencione el cambio climático. Desde luego estos huracanes no son un invento chino. Pero más allá de la profunda irresponsabilidad de Trump, la conclusión que debemos extraer de esta situación vuelve a ser la urgencia de acelerar las medidas contra el cambio climático globalmente, tanto de mitigación como de adaptación a los efectos del mismo. Los avisos de que estamos llegando a una situación cada vez más crítica se repiten, y la comunidad internacional no debería esperar ni un minuto más a adoptar medidas de urgencia.
Pepe Larios y Juan López de Uralde
Puedes leer también el artículo aquí. Publicado originalmente en en blog Ecologismo de Emergencia, Público.